domingo, 4 de enero de 2015

Capítulo 1

Siguiendo mi rutina me desperté a eso de las siete de la mañana con los habituales ruidos del pueblo iniciando su actividad diaria que llegaban claramente hasta la habitación en el hotel del Coronel Shanahan que ocupaba desde mi llegada a Tascosa hacía cinco años, en 1883.

Tascosa era la capital del condado de Oldham, en el Noroeste de Texas. Tan al Oeste que su frontera occidental era la del estado con el de Nuevo Méjico. Y tan al Norte que se encontraba a solo unas millas de Colorado.

Era una ciudad con una gran actividad al ser la confluencia de diversas rutas de ganado, la más importante la que se dirigía a Dodge City. Sin embargo, al haberse quedado fuera de las recientes líneas ferroviarias construidas para conectar Texas con los Estados del Norte y el Este, su futuro no parecía muy prometedor.

Shanahan había sido efectivamente durante breve tiempo Coronel de la milicia de Kansas en la Guerra de Secesión, aunque antes y después de la contienda era un civil que, como tantos otros, se vio arrastrado al horror que durante casi cinco años devastó nuestro país.
Aunque desde que fue desmovilizado dejó de ostentar su cargo militar, todo el mundo le seguía conociendo como "El Coronel”.

Elegí el hotel de Shanahan como alojamiento por varios motivos: no sólo se encontraba muy cerca de la Oficina de Registro de Tierras de la que me encargaron y que fue el motivo de mi traslado a Tascosa, sino que era el único establecimiento de la ciudad que se mantenía limpio y cuyo bar quedaba al margen del ambiente de juego, alcohol, peleas y mujeres del resto de garitos de la ciudad, especialmente los sábados por la noche.

A Shanahan le gustaba pensar que eran su presencia y su aura marcial las que mantenían el prestigio de su local, pero todo el mundo sabía que el mérito correspondía sobre todo a su mujer Helga, de soltera Mortensen, una matrona procedente de Minnesota y, como tantos otros colonos de ese territorio, de origen noruego, cuya formidable aspecto infundía más temor en los ciudadanos de Tascosa que el cargo y los revólveres de su marido.

El otro, y no menos importante motivo de mi elección del hotel Shanahan como residencia, se encontraba en ese momento delante de mi, desprendiendo un delicioso olor a huevos, bacon, pastel de manzana y tostadas con mermelada. Helga Shanahan era la mejor cocinera en muchas millas a la redonda.

- Buenos días, Johnny- me saludó el Coronel-. ¿Te has enterado de lo de Mike Johnson?

- No -contesté-. Ayer me acosté temprano y me acabo de levantar. ¿Qué ha pasado?

Anoche le asesinaron a cuchilladas en el callejón posterior del local de McFarlane.

- No me digas- respondí asombrado- ¿Se sabe quién lo hizo?

- Acusan a tu amigo Chris.

- ¿Chris? ¿Chris Sanders? Imposible. 

- Pues acaba de llegar el marshal Walsh con  él detenido.

- ¿Está en la cárcel?

- Si, Bill le ha llevado directamente allí.

. ¿Crees que me dejará hablar con él?.

- Conociendo a Bill, mientras no trates de rescatar a tiros a Chris no creo que tengas ningún problema.

- Sabes que nunca voy armado y que, aunque lo fuera, no sabría disparar un revólver.

- Tampoco lo intentes a puñetazos- se burló Shanahan.

- No le des ideas- comentó con sorna Helga, que en aquel momento pasaba cerca de nuestra mesa.

- Sois los dos muy, pero que muy graciosos. Se nota que estáis hechos el uno para el otro -contesté-.

Aunque medía más de un metro ochenta de estatura era estrecho de hombros y delgado de constitución, por lo que había pocas posibilidades de que yo saliera airoso de ninguna pelea.

Tenía que ver a Chris urgentemente. Después de mi llegada a Tascosa nos fuimos conociendo poco a poco durante el azaroso proceso de la inscripción de sus propiedades en el Registro y acabamos convertidos en buenos amigos. De hecho, Chris Sanders era mi mejor amigo en la ciudad y tenía que estar a su lado en esos duros momentos para ayudarle a salir airoso del trance.

viernes, 2 de enero de 2015

Prólogo

Fue consciente del error que suponía coger la cafetera con la mano derecha cuando escuchó la voz que desde la oscuridad le ordenó:

- No te muevas, Chris-.

Bill Walsh (reconoció su voz al instante) no iba a correr ningún riesgo. No sólo la luz de la hoguera donde preparó el café le convertía en un blanco perfecto, sino que su claridad contrastaba con la oscuridad provocada por la noche cerrada y le impedía ver lo que había más allá del claro en el que se encontraba; en el improbable caso de que tuviera la opción de soltar la cafetera y desenfundar su revólver antes de recibir unos cuantos balazos, no sabría a quién ni a dónde disparar. No, Bill Walsh no había corrido ningún riesgo.

- Voy a acercarme, Chris- dijo Bill sin molestarse en advertirle que cualquier movimiento por su parte le convertiría en un colador antes de que pudiese hacer nada.

Bill salió al claro, se acercó a Chris, le quitó la pistola y se hizo también con el rifle que colgaba de la silla de su caballo.

- ¿Qué es lo que pasa, Bill?- preguntó Chris, el asombro asomando a su voz.

- Mike Johnson ha muerto, asesinado- contestó Walsh secamente.

- Yo no lo he hecho- protestó Chris.

- Jugaste una partida de poker con él esta noche en el Ruby Saloon.

- Sí, pero éramos cinco en la mesa.

- Ya -señaló Bill-. pero sólo tú perdiste todo tu dinero que fue a parar a manos de Mike.

- Pero....

- Y sólo tú de todos los participantes en la partida- le interrumpió Bill- has abandonado la ciudad esta noche. Además, tuviste una discusión con Johnson.

Chris fijó la mirada de sus ojos gris acero directamente en los ojos negros de Walsh: “Yo no he matado a Mike, Bill”.

Este se encogió de hombros: “No me corresponde a mí decidirlo”, replicó: “mi trabajo es trasladarte a la ciudad y llevarte a juicio. Otros decidirán si eres culpable o inocente.”

De repente, surgió una voz desde la oscuridad circundante:

- Dejémonos de cháchara y ahorquémosle aquí mismo, marshal. Ahorraremos cantidad de tiempo y esfuerzo y se hará justicia igualmente.

- ¡¡¡¡Silencio!!!!- bramó Bill sin apenas girar la cabeza, aunque su voz restalló como un látigo hacia el lugar del que procedía la sugerencia.

Luego, volviendo a mirar a Chris, le espetó: “Tienes suerte de que te hayamos localizado nosotros primero. Si te llega a encontrar la partida organizada por Monte Wallace a estas horas estarías colgando de un árbol y yo tendría un problema menos.”

Chris se estremeció. Monte Wallace era el propietario del Ruby Saloon y sin duda habría juntado una partida de granjeros ociosos, vaqueros borrachos e indeseables varios y no hubiera dejado que la justicia y su derecho a un juicio les estropeara un buen linchamiento.

Bill, tras hacerse cargo de las alforjas de Chris y cargarlas en su propio caballo, le indicó que montara delante de él y se dirigieron de vuelta a Tascosa.