martes, 31 de marzo de 2015

Capítulo 7

A la hora de comer me acerqué a hacer una visita a Chris.

- ¿Cómo te tratan?- Le pregunté- ¿Necesitas algo?

- No, gracias-contestó-. Moss es un buen chico, y la comida de la señora Shanahan es estupenda.

Le conté a Chris las nuevas implicaciones que la entrada en escena del agente Porter podrían suponer en su caso, nada positivas para él. Se lo tomó mejor de lo que yo pensaba y no mostró sorpresa al conocer la pasada vinculación de Johnson con los Pinkerton.

- ¿Cómo vas con la reconstrucción de lo ocurrido el día de la partida?

- Bien, creo que tengo claro todo lo que pasó y lo podemos comentar cuando quieras.

- De acuerdo. Mañana traeré mi libreta y tomaré apuntes para que no se nos pase ningún detalle.

-Estupendo- Asintió-. ¿Qué vas a hacer ahora?- me preguntó cambiando de tema-.

- Tengo que escribir una carta a un viejo amigo que quizás nos pueda ayudar para rastrear el pasado de Paddy. Además, dentro de un rato el Sr. Porter y yo tendremos nuestra primera reunión con el marshal Walsh y hay varias cuestiones que le quiero preguntar.

En ese momento nos interrumpió la entrada de Joe Moss, a quien seguía una mujer de unos treinta años, con el cabello castaño, menuda y delgada, con unos asustados ojos marrones. Me sonaba vagamente familiar.

- Sanders, tienes visita- dijo Moss.

- Señora Harrison- dijo Chris-. No esperaba verla por aquí.- A continuación, volviéndose hacia mi, comentó: - Le presento a mi amigo John Carver.

La señora Harrison estrechó breve y blandamente su diminuta mano con la mía.

- Me gustaría hablar a solas con usted, Sr Sanders.

- Puede usted hacerlo delante de John. Como consecuencia de esta absurda acusación, no sólo es mi amigo, sino que ahora también es mi abogado de cara al juicio.

- Bien,- asintió ella-. Precisamente quería hablarle del juicio y de la influencia que puede tener en nuestro acuerdo.

- ¿Acuerdo?- pregunté yo extrañado.

Chris me aclaró: “La señora es la viuda de Max Harrison, no sé si recuerdas a Max”. Harrison era un pequeño ranchero que tenía una propiedad ya perteneciente al vecino condado de Hartley que limitaba al norte con la de Chris; había fallecido hace unos meses de unas extrañas fiebres.

- Desde que mi marido murió no hay nada que me ate a esta tierra- señaló la Sra. Harrison-. No tenemos hijos, yo no sirvo para llevar un rancho y, francamente, no me seduce la idea de vivir en una casa y unas tierras que me recuerdan continuamente a mi difunto esposo. Su amigo Sanders se ofreció a comprarme el rancho.

Entendía los motivos de la viuda para vender su propiedad, pero no comprendí qué es lo que había llevado a Chris a interesarse por unas tierras no especialmente atractivas y cuya extensión tampoco le convertiría en un importante hacendado de la zona.

Chris, consciente de lo difícil que para mí resultaba comprender lo que acababa de escuchar, me explicó:

- Max Harrison y yo no éramos muy amigos, pero siempre tuvimos una buena relación de vecindad. Más de una vez nuestros caminos se cruzaban y siempre nos parábamos a charlar un rato. Max estaba convencido de que en sus tierras había algún acuífero y que debidamente exploradas por alguien experto sería posible construir un pozo en su propiedad. 

- ¿Y? 

- Mi relación con McCall es buena y en todo momento ha respetado el acuerdo que nos propusiste para acceder a su agua, pero siempre he deseado tener mi propia fuente de agua y no depender de la de mi vecino. Por eso, cuando Max falleció...

Sanders hizo una pausa y miró a la Sra. Harrison a quien la mención de la muerte de su esposo pareció afectar, ya que sus mejillas palidecieron visiblemente y su mirada se perdió durante unos segundos. Finalmente lanzó un largo suspiro, tragó saliva y se repuso. Miró a Chris y asintió casi imperceptiblemente para que continuara.

- Yo sabía que la Sra. Harrison quería vender su rancho, pero no estaba totalmente decidido y me constaba que había más gente interesada, así que finalmente le propuse que me otorgara una opción de compra sobre el rancho durante un plazo de cuatro meses. Durante ese tiempo, yo haría los números y las investigaciones necesarias y sopesaría todos los pros y los contras de la operación.

- Finalmente- concluyó Chris- le haría saber mi decisión: o bien adquiriría su rancho o renunciaría a la opción, por lo que ella quedaría liberada de cualquier compromiso frente a mí y podría vender el rancho a cualquier otro comprador interesado.

- El Sr. Sanders y nosotros siempre fuimos buenos vecinos- retomó el relato la Sra. Harrison- y en todo caso, yo sabía que me llevaría cierto tiempo terminar con todo el papeleo ocasionado por la muerte de Max, así que su oferta me pareció razonable, firmamos el documento y lo llevamos a la oficina de registro de tierras del condado de Hartley. De eso hace quince días.

Ahora entendía perfectamente la preocupación de la viuda Harrison. Chris se iba a someter a un juicio por asesinato, cuyo resultado, si era negativo iba a hacer imposible que pudiese hacer frente a la opción de compra. Además, aun en el caso de salir absuelto, muy probablemente tuviese que cambiar de aires, pues sobre el nombre de Chris Sanders se proyectaría una sombra que imposibilitara que siguiera viviendo tranquilamente en Tascosa o sus alrededores. Pasara lo que pasara, Chris no iba a comprar el rancho.

Entretanto, la viuda Harrison se vería ligada durante varios meses a una vida y a un rancho cuyo único deseo era abandonar cuanto antes, por lo que su preocupación era más que comprensible.

 -John- me dijo Chris- ¿puedes preparar un documento por el cual renuncio a mi opción de compra sobre el rancho de la Sra. Harrison y que queda liberada de cualquier compromiso frente a mí para poder vender su propiedad?... En fin, entiendes a lo que me refiero, tú seguro que sabes cómo tiene que redactarlo.

- Por supuesto- contesté-. Sra. Harrison, pásese mañana por la mañana por mi oficina y podrá retirar el documento ya firmado por Chris. Si quiere, incluso puedo hablar con el encargado del registro de su condado, para enviarle yo mismo la documentación y agilizar los trámites.

La expresión de la Sra. Harrison cambió de repente y la sonrisa de alivio que se dibujó en sus facciones hizo que durante un momento incluso pareciese una mujer atractiva: “Muchas gracias, Sr. Sanders. Quiero que sepa que no creo que usted cometiera el crimen. Me parece que le conozco lo suficiente para saber que es incapaz de matar a nadie, y menos de la forma en la que dicen que fue asesinado el Sr. Johnson.”


“Ojalá los que decidirán al respecto opinaran lo mismo”, pensé para mí mientras le daba la mano y concertaba una cita con ella para la mañana siguiente. 

lunes, 30 de marzo de 2015

Capítulo 6

Lizzie me iba a poner al tanto del pasado de Mike Johnson como agente de Pinkerton cuando le informé de lo que había ocurrido en la oficina del marshal.

- Cuando llegó a la ciudad no hizo falta que nos contara que había sido un Pinkerton- indicó Lizzie-. La mayoría de los empleados de seguridad que contrataba el ferrocarril que se estaba construyendo desde Forth Worth hasta Denver aquellos días procedían de la Agencia. Johnson respondía claramente al tipo: duro, fuerte, seco y eso sin contar su marca de nacimiento, esa mancha morada que le recorría la parte izquierda de la cara y daba cierto aire amenazador a su mirada.

La Agencia de Detectives Pinkerton llevaba el nombre de su fundador, Allan Pinkerton, un emigrante escocés que se estableció con su madre en los Estados Unidos después de que su padre, policía, muriese en una manifestación en su país natal.

Pronto puso de manifiesto en diferentes ocasiones su astucia y su sagacidad lo que hizo que pasara de ayudante de sheriff a convertirse en el primer detective privado en Chicago y, posteriormente, montar su propia agencia de detectives.

Su fama creció y fue consiguiendo cada vez más importantes y lucrativos contratos con las principales víctimas de los asaltos criminales de la época: banqueros, y compañías mineras y de ferrocarril. Pronto el logotipo de la Agencia, un ojo vigliante con el lema “We Never Sleep”, se hizo famoso en buena parte del país.

También se granjeó la confianza de militares y políticos, por lo que el difunto Presidente Lincoln utilizó sus servicios como jefe de su servicio de espionaje durante la Guerra de Secesión.

El éxito de la Agencia trajo como efecto un importante aumento del número de detectives contratados por la misma, lo que inevitablemente hizo que alguna de sus incorporaciones no fuesen catalogables precisamente como trigo limpio.

La Agencia se vio envuelta en algún episodio turbio, especialmente durante su persecución de la banda de Frank y Jesse James. Una noche varios miembros de la Agencia rodearon una casa donde supuestamente se encontraban ambos hermanos y quemaron la misma para hacer salir a sus ocupantes.Finalmente solo la anciana madre de los James se encontraba en la casa y estuvo a punto de morir en el asalto.

Este y otros incidentes hicieron que la inicialmente buena fama de la Agencia Pinkerton en sus investigaciones contra los criminales más buscados del país, se fuera poco a poco transformando para la opinión pública en la concepción de los Pinkerton como un grupo armado que vendía sus servicios al mejor postor.

- Bueno- le dije a Lizzie-, ahora sabemos por donde empezar. Hay que tratar de averiguar si alguno de nuestros tres amigos de la partida tuvo algún choque con los chicos de Pinkerton en el pasado que pudiera llevarle a desear hacer la justicia por su mano en la persona de uno de sus antiguos agentes.

- Bien- contestó la anciana-, pero además seguiré tratando de saber algo más del pasado de Johnson. Para entrar en la Agencia debía tener algún “mérito” previo, alguna hazaña que le garantizara su aceptación como detective, pues no es fácil ser admitido en la nómina de esa Compañía.

Como casi siempre, Lizzie tenía razón; tendríamos que seguir investigando a Johnson y no sólo al resto de sospechosos.

- Por cierto-añadió-. He estado haciendo averiguaciones sobre uno de nuestros amigos de la partida, Paddy Rafferty.

Rafferty era un emigrante de origen irlandés de alrededor de cincuenta años, tenía la piel pálida, cabellos de un negro intenso y unos ojos de un color azul oscuro, además de una constitución propia de un jugador de ese deporte que empezaba a ponerse de moda en algunas universidades del país, llamado “football”, que era una derivación del rugby que se jugaba en las Islas Británicas. De hecho, comenzaba a ser habitual que entre los diferentes espectáculos que se organizaban alrededor de las cada vez más concurridas ferias de ganado a lo largo del país, se disputaran encuentros de “football” entre diversas universidades. 

De un metro noventa de estatura y extraordinariamente ancho de hombros, ello le hacía el peón ideal para trabajar en el rancho del Sr. Wilson, que se extendía al sudoeste de la ciudad. Wilson le contrató nada más llegar a Tascosa hace unos siete años.

- Rafferty -continuó Lizzie- llegó a Tascosa procedente de Pensilvania, donde estuvo trabajando como minero en la ciudad de Shenandoah.


Recordé que uno de los pocos amigos que conservaba en el despacho de mi familia, Richard Walker, trabajaba en la oficina que la firma tenía en la ciudad más importante de ese Estado, Filadelfia, y decidí enviarle una carta para ver si podía averiguar algo sobre el paso de nuestro amigo Rafferty por Pennilvania que nos pudiera resultar de utilidad.

domingo, 29 de marzo de 2015

Capítulo 5

Si alguien quería conocer los detalles de la vida de cualquier ciudadano que viviera o hubiera pasado por Tascosa sabía que tenía que dirigirse al almacén de suministros de Caleb Johnson y hablar con su mujer, Elizabeth. Los Johnson llevaban decenas de años en Tascosa y Lizzie, como la llamábamos todos, era una fuente inagotable de conocimiento sobre la vida y milagros de todos los habitantes, permanentes o pasajeros de la ciudad. Nadie sabía cómo, pero cuando un forastero llegaba a Tascosa, Lizzie se las ingeniaba para al poco tiempo conocer su procedencia y sus hazañas y aventuras anteriores.

El único problema con ella era su irritante manía de pensar que cada vez que se cruzaba con alguien era necesario mantener algún tipo de conversación; de esta forma, si te encontrabas en el almacén paseando en busca de un artículo, todas las veces que pasabas por delante de Lizzie (y solían ser unas cuantas porque el almacén era pequeño), ella te miraba, te sonreía y, como no había nada nuevo que decir, te murmuraba un ininteligible  "Mrraurmm". Por eso yo había tomado por costumbre ir al almacén a las horas en que sabía que solo se encontraría en él su marido Caleb.

Haciendo de tripas corazón, entré en el almacén de los Johnson. Aparte de Lizzie había un par de clientes, madre e hija, revisando unas telas que acababan de llegar del Este.

Pensé que no haría falta que le dijera a Lizzie el motivo de mi visita. Seguro que estaba al cabo de la calle de todo lo ocurrido y había intuido que yo iba a ayudar a mi amigo. Según me vio aparecer, me espetó:

- ¿Por quién quieres que empiece, Johnny? ¿Por Paddy Rafferty, por Jim Caldwell o por Pete Townsend?.

- Había pensado que sería más sencillo comenzar por que me hablaras de Mike Johnson.

- Humm.... - musitó Lizzie poniendo un gesto de concentración que marcó aún más las arrugas que enmarcaban sus ojos marrones, mientras se apartaba un mechón de sus grises cabellos-, tiene sentido. Es más fácil comenzar por Mike para luego comprobar si su vida se cruzó en algún momento con la de alguno de los otros.

- Quiero darte las gracias por tu colaboración, Lizzie- comenté con la mejor de mis sonrisas.

- No me seas zalamero, Johnny- gruñó. - No lo hago por ti, sino por Chris. Es un buen tipo y no creo que sea capaz de matar a nadie. Tenemos que demostrar su inocencia.

- Lo haremos -aseguré-. El propio Chris está ya trabajando en la parte relativa a recordar sus movimientos al detalle para verificar si la muerte de Johnson se produjo después de su salida de la ciudad.

- Me parece buena idea -señaló Lizzie, mientras sonreía y lanzaba un "mrraurmm" a la madre y la hija que pasaron por delante de nosotros para mirar otras telas-. Si quieres, yo haré lo mismo con mis informaciones sobre cada uno de los cuatro implicados y pediré que me ayude a la gente del pueblo. Te lo iré comentando.

- Genial, Lizzie. Muchas gracias.

- De nada. Estoy segura que entre esto y tu vista de lince acabaremos descubriendo rápidamente al verdadero culpable - comentó, conteniendo con dificultad una carcajada.

- Muy ingeniosa, Lizzie- comenté mientras me quitaba para limpiarlas las gafas de cristal grueso que trataban de poner remedio a una galopante miopía. “Parece que últimamente la gente está cogiendo la manía de meterse con mi físico”, pensé.

      *          *          *          *          *          *         *

Al día siguiente, el brillante sol con el que amaneció la ciudad se vio pronto ensombrecido cuando entré en la oficina del marshal.

Había decidido hablar con Walsh para que me pusiera al día en mis oxidados conocimientos sobre los trámites de un proceso penal por asesinato en el condado de Oldham.

Sin embargo, cuando llegué a la cárcel, Walsh no estaba solo, sino que se encontraba acompañado de un individuo cuyo aspecto me resultó desagradable desde el primer momento.

- ¡Ah! señor Carver- exclamó el marshal al verme- Precisamente iba a mandar a alguien en su búaqueda. 

El tratamiento de usted con el que se dirigió a mí Walsh me gustó tan poco como el aspecto de su invitado. Y sus siguientes palabras agravaron aún más las malas sensaciones que venía percibiendo esa mañana.

- Le presento a Charles Porter. El señor Porter es miembro de la Agencia Pinkerton y se encuentra aquí en relación con la muerte de Mike Johnson. Señor Porter, le presento al señor Carver, que se encargará de la defensa de Chris Sanders en el juicio.

Observé más despacio al mencionado Porter. Era bajo, ancho de espaldas, con el pelo muy corto y de color plateado, y con unos poblados bigotes también plateados. La mirada de sus ojos pardos era fría y pareció traspasarme al mirarme mientras se ponía en pie y me daba un duro, seco y corto apretón de manos. 

- El señor Porter se encuentra aquí para colaborar con la acusación en el caso de asesinato contra Sanders- concluyó el marshal la presentación.

- Dígame, señor Porter -dije soltando su mano-, ¿sus motivos para intervenir en este asunto son personales o tienen que ver con su condición de miembro de la Agencia Pinkerton?.

- Mike Johnson fue compañero mío en la Agencia. Yo hubiera venido en todo caso a título personal para asegurarme que su asesino recibe la justicia que se merece, pero la Agencia me ha encargado que me persone aquí para dar todo mi apoyo a la investigación de la acusación y pienso dedicar todas mis energías para asegurarme de que su cliente ...

- Mi amigo- interrumpí.

Porter hizo una pausa y me miró intensamente: 

- Peor para usted. Para asegurarme que su ... amigo... termina colgando de una soga. Un Pinkerton siempre es un Pinkerton aunque deje de trabajar con nosotros, y la Agencia nunca abandona a uno de sus miembros ni deja impune su asesinato.

Mientras decía estas palabras, Porter se había ido acercando a mí y al terminar de hablar apenas nos separaban unos centímetros de distancia. 

Me disponía a obsequiar a Porter con una respuesta adecuada a sus palabras cuando Walsh se interpuso entre nosotros y dirigiéndose a ambos nos ordenó perentoriamente sentarnos. Durante un momento, Porter y yo nos sostuvimos la mirada a escasos centímetros, pero la decidida actitud del marshal hizo que finalmente ambos le obedeciéramos.

- Miren, señores- señaló el marshal- no voy a interponerme en el trabajo de ninguno de ustedes, pero tampoco voy a tolerar trifulcas en mi jurisdicción. Bastante alterados están los ánimos como para permitir enfrentamientos de este tipo. Así que les advierto a ambos: hagan lo que tengan que hacer en defensa de sus respectivos intereses en el juicio, pero manténgase alejados el uno del otro y no causen ningún problema en la ciudad. El primero que incumpla estas normas se pasará unas cuantas noches en la cárcel. 

Porter y yo asentimos en silencio, y nos disponíamos a levantarnos y a marcharnos cuando Walsh nos indicó con un gesto que no había terminado y que siguiéramos sentados.

- Otra cosa: no tengo la más mínima intención de que nadie pueda poner en duda la neutralidad de la oficina del marshal en este asunto. Así que, a partir de este momento, no me veré a solas con ninguno de ustedes dos. Concertaremos una reunión diaria aquí a las cinco de la tarde, en las que pondré a ambos al día de las investigaciones que vayamos haciendo y de los avances en las mismas. Si alguno de ustedes quiere verme fuera de esa reunión diaria, me lo pedirá previamente y les convocaré a los dos, bien aquí bien en cualquier sitio donde haya suficientes testigos para demostrar que no doy un trato de favor a ninguna de las partes. ¿Entendido?.

sábado, 28 de marzo de 2015

Capítulo 4

Mientras me replanteaba si había hecho bien en aceptar defender a Chris en el juicio sin haber pisado una sala de juzgado en mi vida, recordé el encadenamiento de hechos por el cual se había convertido en mi mejor amigo.

Yo había estudiado leyes en la primera institución de enseñanza superior fundada en Estados Unidos, la actual Universidad de Harvard en Cambridge (Massachussets), y se esperaba de mí que al finalizar mis estudios me incorporara al despacho familiar, uno de los más prestigiosos de Boston, que llevaba el nombre de mi padre como socio principal y que defendía los intereses económicos y financieros de las más importantes compañías de la ciudad y de algunas de Nueva York, Filadelfia y Chicago.

La alta posición social de mi familia provenía de la época de los considerados como fundadores de nuestro país, que arribaron a Nueva Inglaterra el 9 de noviembre de 1620 en el Mayflower. 

Ni el Mayflower fue el primer barco inglés que llegó al Nuevo Mundo ni sus colonos fueron los primeros en fundar un asentamiento en tierras americanas. De hecho, su pretensión era arribar a la Bahía del Río Hudson, y no a Nueva Inglaterra, que fue donde acabaron llegando y desembarcando.

La fama del viaje del Mayflower y su importancia en la Historia de los Estados Unidos se deriva en que fue el primer asentamiento que decidió dotarse de un sistema político de gobierno y plasmarlo en una declaración, la conocida como “Mayflower Compact”, que se considera el primer precedente de nuestra Constitución. 

Pues bien, mi antepasado John Carver no sólo era uno los pasajeros más prominentes del histórico barco, sino que tras la firma de la “Mayflower Compact” fue nombrado primer gobernador de la recién fundada colonia y fue un personaje clave en los primeros años de desarrollo de la misma y en los primeros tratos con los indios que habitaban el lugar.

Por ello, en mi familia se celebraba siempre con especial intensidad el segundo motivo de la fama del Mayflower: el Día de Acción de Gracias, que conmemora la fiesta con la que los pasajeros del Mayflower dieron gracias a Dios tras sobrevivir a las durísimas condiciones de su viaje y al hambre, frío y penalidades sufridas en el primer año en su nuevo hogar.

Desde entonces los Carver fueron un pilar en la vida política, financiera y jurídica de Nueva Inglaterra y constituían una de las familias más prominentes de Boston.

Sin embargo, no sólo las interminables y farragosas normas mercantiles y societarias  me resultaban enormemente tediosas, sino que se me antojaba insoportable la simple perspectiva de incorporarme al despacho de mi padre, pasar el resto de mi vida como un estirado abogado mercantilista en Boston y casarme con una de las insípidamente guapas y aburridas chicas de la alta sociedad de la ciudad que sin duda mis padres ya habían seleccionado para mí.

Por el contrario, desde el principio me atrajo el estudio de las novedosas normas sobre adjudicación e inscripción de propiedades en los territorios que la colonización y el ferrocarril iban abriendo en las Grandes Llanuras y el Oeste. Me parecía un mundo fascinante, tanto desde el punto de vista jurídico, como desde la perspectiva de un joven con ganas de ver mundo y escapar de las garras de acero de una vida familiar y profesional marcada sin posibilidad de alternativa de antemano por sus padres.

Tras obtener mi licenciatura en leyes, surgió la posibilidad de incorporarme a la Oficina de Registro de Tierras de Tascosa. Mi familia reaccionó primero con incredulidad, luego con enfado y por último con desdén cuando les anuncié que había aceptado el puesto y que me marchaba al Oeste para no volver. No he vuelto a saber de ellos, salvo cuando recibí la carta de un notario de Boston que me comunicaba que mi nombre había sido eliminado de la herencia familiar.

A mi llegada a Tascosa me encontré con una enorme pila de expedientes sobre adjudicación de propiedades pendientes de tramitar. Uno de ellos enfrentaba por una cuestión de lindes a Chris Sanders y al propietario del vecino rancho Sam McCall.

Afortunadamente ni Chris ni Sam respondían al perfil de personaje violento y pendenciero que abundaba por la zona, pues de lo contrario hubieran resuelto su contencioso a tiros mucho antes de mi llegada. El principal problema era en cuál de las dos propiedades se encontraba el arroyo que recorre las proximidades de Tascosa y, por tanto, quien tendría acceso al agua necesaria para dar de beber a su ganado.

Mantuve multitud de reuniones con ambos y, aunque mi relación con Chris fue consolidándose poco a poco, mi criterio jurídico se inclinaba a dar la razón a McCall. Finalmente, convencí a éste para que permitiera al ganado de Chris el libre acceso a las aguas del arroyo, a cambio de fijar las riberas de este dentro de las lindes de su finca.

A ambos les satisfizo la solución y desde entonces cada uno vivió y trabajó en su rancho y mantenían una cordial relación de buena vecindad. También desde entonces, Chris Sanders se convirtió en mi mejor amigo en Tascosa.

viernes, 27 de marzo de 2015

Capítulo 3

Chris tenía un aspecto horrible. Nunca había sido muy atractivo, pero los rastros dejados por una cabalgada nocturna, el tiempo que llevaba sin dormir y el miedo que transmitía claramente su mirada, no le favorecían para nada. De hecho, saltaba a la vista que necesitaba un buen baño y un afeitado.

Sanders medía alrededor de un metro setenta, era ancho de espaldas, cabello castaño y un rostro anodino en el que sólo destacaba el color acerado de sus ojos grises. Sin embargo, la situación en que se encontraba había apagado el fulgor de esos ojos.

Empezar la conversación con un “¿cómo te encuentras?” parecía un poco absurdo, así que directamente le pregunté si necesitaba algo. 

Un café bien cargado y algo para lavarme no me vendrían nada mal, gracias.

Walsh envió al joven Moss a conseguir ambas cosas y, ya solos, le indiqué:

- Antes que nada tenemos que buscarte un buen abogado.

- Quiero que me defiendas tú- contestó.

- ¿Yo?, no soy abogado.

- Estudiaste leyes.

Sí -contesté-. Hace diez años, y desde entonces me he dedicado sólo a inscribir títulos de propiedad de tierras en el el registro. No he celebrado un juicio en mi vida. 

Chris insistió tercamente en que quería que fuera yo quien le defendiera. Intenté convencerle de que era un error, que cualquier abogado medianamente ambicioso del territorio estaría encantado de hacerse un nombre defendiendo un caso como el suyo.

Precisamente -comentó Sanders-, esos picapleitos estarían más preocupados de conseguir prestigio profesional que de defender mi inocencia. Sólo tú te centrarás en conseguir librarme de la horca.

En eso tenía razón, tuve que reconocer. Pero poner su vida en mis manos era un riesgo que me costaba asumir. Al final, Chris insistió tanto que finalmente acepté a regañadientes asumir su defensa en el inminente juicio.

¡Estupendo! -exclamó, dándose un golpe con la mano en la rodilla-. ¿Por dónde empezamos?.

Eso mismo me pregunto yo, pensé, mientras veía como Joe Moss entraba en la cárcel con las viandas y los útiles de limpieza que habíamos solicitado. “Mira”, le dije, “tómate el desayuno y lávate; mientras tanto yo iré a la oficina de registro a ponerme al día. No me llevará más de una hora y cuando acabe volveré y decidiremos nuestros próximos pasos”.

- De acuerdo -masculló Chris ya con la boca llena de uno de los bollos de mantequilla de Helga Shanahan-. Si algo voy a tener en los próximos días es tiempo.


                                       *          *          *          *          *          *         *

- A mi modo de ver tenemos que centrarnos en dos líneas de investigación -señalé a Chris una vez de vuelta en la cárcel-. O bien demostramos que ya habías salido de la ciudad cuando Johnson fue asesinado y que, por tanto, no pudiste ser tú quien lo mató, o bien encontramos a la persona o personas que realmente asesinaron a Mike y así demostramos tu inocencia.

Chris asintió enérgicamente. Había puesto su vida en mis manos y desde ese momento confiaba ciegamente en todo lo que yo le dijera.

- Pienso -continué- que tenemos que repartirnos las tareas. Necesito que tú te centres en recordar todos y cada uno de tus movimientos desde que entraste en el Ruby Saloon hasta que Walsh te detuvo. Todos los detalles que recuerdes: sitios por los que pasaste, cosas que hiciste, personas a las que viste o que te vieron y cuándo...; en definitiva, cualquier hecho, por nimio que parezca, puede resultar vital para demostrar tu inocencia. 

- De acuerdo -asintió Chris-. ¿Y tú que harás?.

- Centrarme en los movimientos de Johnson para tratar de descubrir quién pudo asesinarle.

- Empieza por los jugadores de la partida- me sugirió.

- El problema -contesté- es que ellos no perdieron dinero con Mike esa noche. Sólo lo hiciste tú. Ninguno de ellos tenía un motivo para matarlo.

Chris pareció encogerse como consecuencia del hundimiento de sus hombros que mis palabras provocaron en él. Sin embargo, un segundo después sus hombros se expandieron nuevamente y sus ojos grises recuperaron el brillo perdido al mirarme fijamente, mientras decía:

- Que ninguno tuviera un motivo para cargárselo a causa de esa partida no significa que no hubiese otras razones por las que lo hiciera.

- ¿A qué te refieres?.

- Vamos, Johnny, llevas por aquí suficiente tiempo para saber que ni Johnson ni ninguno de los otros era un santo. Todos llevan años recorriendo el país y sus caminos pueden haberse cruzado en multitud de ocasiones. Quizás alguno tenía una cuenta pendiente con Mike desde hace tiempo y decidió cobrarla esa noche.

Su razonamiento no carecía de justificación, pero a mi entender había una fallo en el mismo y así se lo hice ver.

- ¿Y por qué esa noche y no cualquier otro día?. Todos ellos se habrán cruzado con Johnson en muchas oportunidades y han tenido ocasión de sobra de vengar viejos agravios. 

- No tantas si lo piensas bien -contestó-. Todos andan yendo y viniendo por el territorio y estoy seguro que no han coincidido con Mike en demasiadas ocasiones aquí en Tascosa.

- Aún así -objeté-, ¿por qué esperar a este concreto (e inoportuno para ti) momento para llevar a cabo su supuesta venganza?.

Al escucharme Chris volvió a golpearse con la mano en la rodilla, esta vez tan fuerte que temí que se hubiese hecho daño.

- ¡Eso es! -exclamó-, yo soy la clave. Supón que tienes una vieja afrenta con Johnson pero que no te atreves a saldarla sin más por miedo a resultar sospechoso y acabar en la horca. Supón -continuó cortando con un gesto de la mano mi protesta-, supón que una noche juegas una partida de poker en la que está Johnson y otro de los jugadores pierde mucho dinero contra Mike. Es muy posible que cualquiera de los otros jugadores de la partida viese llegada la oportunidad de saldar su deuda con Johnson sabiendo que yo sería el principal sospechoso. Hay que investigar las vidas de todos ellos y ver si tenían otros motivos para matarle -concluyó en tono decidido-.
“Fantástico”, pensé, “no sólo la vida de mi mejor amigo depende de mí, sino que ahora tengo que investigar la biografía de cuatro indeseables, uno de ellos muerto”. Era un buen modo de empezar el día.

jueves, 26 de marzo de 2015

Capítulo 2

Llegar a la puerta de la cárcel de Tascosa no fue fácil. Una abigarrada multitud se apiñaba en las proximidades del sórdido edificio de ladrillo que servía para retener a los acusados que aguardaban para ser sometidos a juicio o a los borrachos a la espera de recuperarse de sus excesos de la noche anterior en alguno de los garitos que abundaban en la ciudad.
Cuando por fin pude alcanzar la puerta, esta se encontraba cerrada a cal y canto. Ante mis insistentes llamadas, finalmente se abrió una mirilla y asomó la cabeza el ayudante del marshal, Joe Moss, un mozalbete de pelo color zanahoria y cara llenas de pecas, agradable pero no demasiado inteligente. 

  • ¿Qué quieres, Carver?

  • Ver a Sanders.

  • Imposible- contestó Moss-. El marshal no me ha dicho que pueda recibir visitas.

  • ¿Por qué no le preguntas si me deja pasar?

  • No puedo  -me espetó como quien habla con alguien corto de entendederas-. El marshal se ha marchado a refrescarse y a comer algo, después de la nochecita que nos ha hecho pasar tu amigo.

Pensé intentar liarle de alguna manera para que me dejara pasar, pero sabía que ante cualquier desafío intelectual Joe se limitaría a rascarse la cabeza y desestimar mis argumentos con una frase del estilo de: “no trates de liarme, Johnny. Si quieres ver al reo, ve tú mismo a ver al marshal y pídele que te deje hacerlo”.

Viendo que no iba a sacar nada en limpio de mi conversación con Moss, me dirigí efectivamente en busca de Bill Walsh. No me molesté en preguntar dónde podría encontrarlo. Sabía perfectamente donde estaría.

*          *          *          *          *          *         *


- No voy a engañarte, Johnny- me dijo Bill sin tapujos-. El asunto pinta mal, todos los indicios señalan a Chris.

Estábamos sentados en el porche de la casa del Sr. Halloran, el propietario del banco de la ciudad y orgulloso padre de cuatro hijos. La más pequeña, Melissa, llevaba un año de relación con Bill Walsh y ambos estaban locamente enamorados.

Melissa era, por una parte, la mujer más envidiada del condado, pues era opinión unánime entre todas las damas que Walsh era el hombre más guapo de los alrededores. Alto, moreno, con unos profundos ojos negros y con sus atractivas facciones enmarcadas por una corta barba que empezaba a encanecer y que el barbero de la ciudad recortaba regularmente.

Por otra parte, Melissa no era tan envidiada en su condición de futura mujer de Bill, pues la esposa de un servidor de la ley en este territorio y en esta época tenía más posibilidades que ninguna otra de enviudar rápidamente.

Precisamente Melissa nos sirvió dos tazas de café, sus ojos de un azul demasiado pálido para mi gusto fijos en su amor, y se retiró.

- ¿Quién más participó en la  partida además de Johnson y Chris?- Mi pregunta era obvia. Cuando muere un jugador de póker después de una noche afortunada, los principales sospechosos son el resto de los que se sentaron a la mesa con él.

- Paddy Rafferty, Jim Caldwell y Pete Townsend.

Sentí rebrotar cierta esperanza dentro de mí. Ninguno de los tres era un santo. Es más, ahora que lo pensaba el propio Mike Johnson tenía más de un asunto turbio en su historial.

- No te hagas demasiadas ilusiones- comentó Bill leyendo mis pensamientos.- Ni Caldwell ni Townsend perdieron dinero con Johnson, y lo de Paddy apenas fueron cinco dólares. Chris se dejó quinientos pavos en la partida y todos ellos fueron a parar a los bolsillos de Mike, que por cierto estaban vacíos cuando se encontró su cadáver.

- ¿Registraste a Chris cuando le detuviste?. ¿Llevaba el dinero encima?

- Ni en su ropa ni en sus alforjas hemos encontrado el dinero ganado.

- Eso es un punto a su favor, ¿no?.

- En absoluto. En cualquier juicio se dará por hecho que no sería tan torpe como para huir con la pasta. No será difícil argumentar que lo ha escondido en cualquier sitio.

- ¿Y las coartadas?

- Lo vamos a investigar a fondo- me aseguró-, pero tampoco espero demasiado por ese lado. Cuando encontraron a Mike llevaba varias horas muerto y nadie vio cuándo le atacaron. Es difícil preguntarle a un tipo “¿dónde estabas tal día a tal hora?” si no sabes la hora concreta sobre la que le tienes que preguntar. 

Oír a Bill hablar, dando por hecho que Chris iba a ser sometido a juicio por el asesinato de Johnson, me hizo darme cuenta por primera vez que mi amigo podía ser condenado a la horca.

- ¿Que va a pasar, Bill?

- Bueno, de momento creo que el riesgo de linchamiento ha pasado. Los ánimos están más tranquilos y creo que ahora mismo el pueblo siente más morbo ante la posibilidad de un largo juicio con jugosas noticias, que prisa por ver a Chris en la horca.

- ¡Vaya!- exclamé-, eso me tranquiliza. Por cierto, ¿puedo verle?.

- Por supuesto. Puedes ir cuando quieras. No se va a mover de donde está en una temporada.

- ¿Te importa aclararle eso a tu chico? Esta mañana me ha impedido la entrada como si yo fuera a tomar la cárcel al asalto.

Walsh se echó a reír: 

- ¿Moss?-. Es un buen hombre y sólo hacía su trabajo. Vamos, te acompaño a la cárcel y así podrás hablar con tu amigo. Precisamente eso es lo que le va a hacer falta a él en los próximos días: un amigo.


Me tranquilizaba saber que el asunto estaba en manos de Bill Walsh. El y Chris no tenían una relación de amistad, pero tampoco existía animadversión entre los dos y sabía que el marshal haría lo necesario para garantizar que Sanders tuviese un juicio justo.

domingo, 4 de enero de 2015

Capítulo 1

Siguiendo mi rutina me desperté a eso de las siete de la mañana con los habituales ruidos del pueblo iniciando su actividad diaria que llegaban claramente hasta la habitación en el hotel del Coronel Shanahan que ocupaba desde mi llegada a Tascosa hacía cinco años, en 1883.

Tascosa era la capital del condado de Oldham, en el Noroeste de Texas. Tan al Oeste que su frontera occidental era la del estado con el de Nuevo Méjico. Y tan al Norte que se encontraba a solo unas millas de Colorado.

Era una ciudad con una gran actividad al ser la confluencia de diversas rutas de ganado, la más importante la que se dirigía a Dodge City. Sin embargo, al haberse quedado fuera de las recientes líneas ferroviarias construidas para conectar Texas con los Estados del Norte y el Este, su futuro no parecía muy prometedor.

Shanahan había sido efectivamente durante breve tiempo Coronel de la milicia de Kansas en la Guerra de Secesión, aunque antes y después de la contienda era un civil que, como tantos otros, se vio arrastrado al horror que durante casi cinco años devastó nuestro país.
Aunque desde que fue desmovilizado dejó de ostentar su cargo militar, todo el mundo le seguía conociendo como "El Coronel”.

Elegí el hotel de Shanahan como alojamiento por varios motivos: no sólo se encontraba muy cerca de la Oficina de Registro de Tierras de la que me encargaron y que fue el motivo de mi traslado a Tascosa, sino que era el único establecimiento de la ciudad que se mantenía limpio y cuyo bar quedaba al margen del ambiente de juego, alcohol, peleas y mujeres del resto de garitos de la ciudad, especialmente los sábados por la noche.

A Shanahan le gustaba pensar que eran su presencia y su aura marcial las que mantenían el prestigio de su local, pero todo el mundo sabía que el mérito correspondía sobre todo a su mujer Helga, de soltera Mortensen, una matrona procedente de Minnesota y, como tantos otros colonos de ese territorio, de origen noruego, cuya formidable aspecto infundía más temor en los ciudadanos de Tascosa que el cargo y los revólveres de su marido.

El otro, y no menos importante motivo de mi elección del hotel Shanahan como residencia, se encontraba en ese momento delante de mi, desprendiendo un delicioso olor a huevos, bacon, pastel de manzana y tostadas con mermelada. Helga Shanahan era la mejor cocinera en muchas millas a la redonda.

- Buenos días, Johnny- me saludó el Coronel-. ¿Te has enterado de lo de Mike Johnson?

- No -contesté-. Ayer me acosté temprano y me acabo de levantar. ¿Qué ha pasado?

Anoche le asesinaron a cuchilladas en el callejón posterior del local de McFarlane.

- No me digas- respondí asombrado- ¿Se sabe quién lo hizo?

- Acusan a tu amigo Chris.

- ¿Chris? ¿Chris Sanders? Imposible. 

- Pues acaba de llegar el marshal Walsh con  él detenido.

- ¿Está en la cárcel?

- Si, Bill le ha llevado directamente allí.

. ¿Crees que me dejará hablar con él?.

- Conociendo a Bill, mientras no trates de rescatar a tiros a Chris no creo que tengas ningún problema.

- Sabes que nunca voy armado y que, aunque lo fuera, no sabría disparar un revólver.

- Tampoco lo intentes a puñetazos- se burló Shanahan.

- No le des ideas- comentó con sorna Helga, que en aquel momento pasaba cerca de nuestra mesa.

- Sois los dos muy, pero que muy graciosos. Se nota que estáis hechos el uno para el otro -contesté-.

Aunque medía más de un metro ochenta de estatura era estrecho de hombros y delgado de constitución, por lo que había pocas posibilidades de que yo saliera airoso de ninguna pelea.

Tenía que ver a Chris urgentemente. Después de mi llegada a Tascosa nos fuimos conociendo poco a poco durante el azaroso proceso de la inscripción de sus propiedades en el Registro y acabamos convertidos en buenos amigos. De hecho, Chris Sanders era mi mejor amigo en la ciudad y tenía que estar a su lado en esos duros momentos para ayudarle a salir airoso del trance.