jueves, 26 de marzo de 2015

Capítulo 2

Llegar a la puerta de la cárcel de Tascosa no fue fácil. Una abigarrada multitud se apiñaba en las proximidades del sórdido edificio de ladrillo que servía para retener a los acusados que aguardaban para ser sometidos a juicio o a los borrachos a la espera de recuperarse de sus excesos de la noche anterior en alguno de los garitos que abundaban en la ciudad.
Cuando por fin pude alcanzar la puerta, esta se encontraba cerrada a cal y canto. Ante mis insistentes llamadas, finalmente se abrió una mirilla y asomó la cabeza el ayudante del marshal, Joe Moss, un mozalbete de pelo color zanahoria y cara llenas de pecas, agradable pero no demasiado inteligente. 

  • ¿Qué quieres, Carver?

  • Ver a Sanders.

  • Imposible- contestó Moss-. El marshal no me ha dicho que pueda recibir visitas.

  • ¿Por qué no le preguntas si me deja pasar?

  • No puedo  -me espetó como quien habla con alguien corto de entendederas-. El marshal se ha marchado a refrescarse y a comer algo, después de la nochecita que nos ha hecho pasar tu amigo.

Pensé intentar liarle de alguna manera para que me dejara pasar, pero sabía que ante cualquier desafío intelectual Joe se limitaría a rascarse la cabeza y desestimar mis argumentos con una frase del estilo de: “no trates de liarme, Johnny. Si quieres ver al reo, ve tú mismo a ver al marshal y pídele que te deje hacerlo”.

Viendo que no iba a sacar nada en limpio de mi conversación con Moss, me dirigí efectivamente en busca de Bill Walsh. No me molesté en preguntar dónde podría encontrarlo. Sabía perfectamente donde estaría.

*          *          *          *          *          *         *


- No voy a engañarte, Johnny- me dijo Bill sin tapujos-. El asunto pinta mal, todos los indicios señalan a Chris.

Estábamos sentados en el porche de la casa del Sr. Halloran, el propietario del banco de la ciudad y orgulloso padre de cuatro hijos. La más pequeña, Melissa, llevaba un año de relación con Bill Walsh y ambos estaban locamente enamorados.

Melissa era, por una parte, la mujer más envidiada del condado, pues era opinión unánime entre todas las damas que Walsh era el hombre más guapo de los alrededores. Alto, moreno, con unos profundos ojos negros y con sus atractivas facciones enmarcadas por una corta barba que empezaba a encanecer y que el barbero de la ciudad recortaba regularmente.

Por otra parte, Melissa no era tan envidiada en su condición de futura mujer de Bill, pues la esposa de un servidor de la ley en este territorio y en esta época tenía más posibilidades que ninguna otra de enviudar rápidamente.

Precisamente Melissa nos sirvió dos tazas de café, sus ojos de un azul demasiado pálido para mi gusto fijos en su amor, y se retiró.

- ¿Quién más participó en la  partida además de Johnson y Chris?- Mi pregunta era obvia. Cuando muere un jugador de póker después de una noche afortunada, los principales sospechosos son el resto de los que se sentaron a la mesa con él.

- Paddy Rafferty, Jim Caldwell y Pete Townsend.

Sentí rebrotar cierta esperanza dentro de mí. Ninguno de los tres era un santo. Es más, ahora que lo pensaba el propio Mike Johnson tenía más de un asunto turbio en su historial.

- No te hagas demasiadas ilusiones- comentó Bill leyendo mis pensamientos.- Ni Caldwell ni Townsend perdieron dinero con Johnson, y lo de Paddy apenas fueron cinco dólares. Chris se dejó quinientos pavos en la partida y todos ellos fueron a parar a los bolsillos de Mike, que por cierto estaban vacíos cuando se encontró su cadáver.

- ¿Registraste a Chris cuando le detuviste?. ¿Llevaba el dinero encima?

- Ni en su ropa ni en sus alforjas hemos encontrado el dinero ganado.

- Eso es un punto a su favor, ¿no?.

- En absoluto. En cualquier juicio se dará por hecho que no sería tan torpe como para huir con la pasta. No será difícil argumentar que lo ha escondido en cualquier sitio.

- ¿Y las coartadas?

- Lo vamos a investigar a fondo- me aseguró-, pero tampoco espero demasiado por ese lado. Cuando encontraron a Mike llevaba varias horas muerto y nadie vio cuándo le atacaron. Es difícil preguntarle a un tipo “¿dónde estabas tal día a tal hora?” si no sabes la hora concreta sobre la que le tienes que preguntar. 

Oír a Bill hablar, dando por hecho que Chris iba a ser sometido a juicio por el asesinato de Johnson, me hizo darme cuenta por primera vez que mi amigo podía ser condenado a la horca.

- ¿Que va a pasar, Bill?

- Bueno, de momento creo que el riesgo de linchamiento ha pasado. Los ánimos están más tranquilos y creo que ahora mismo el pueblo siente más morbo ante la posibilidad de un largo juicio con jugosas noticias, que prisa por ver a Chris en la horca.

- ¡Vaya!- exclamé-, eso me tranquiliza. Por cierto, ¿puedo verle?.

- Por supuesto. Puedes ir cuando quieras. No se va a mover de donde está en una temporada.

- ¿Te importa aclararle eso a tu chico? Esta mañana me ha impedido la entrada como si yo fuera a tomar la cárcel al asalto.

Walsh se echó a reír: 

- ¿Moss?-. Es un buen hombre y sólo hacía su trabajo. Vamos, te acompaño a la cárcel y así podrás hablar con tu amigo. Precisamente eso es lo que le va a hacer falta a él en los próximos días: un amigo.


Me tranquilizaba saber que el asunto estaba en manos de Bill Walsh. El y Chris no tenían una relación de amistad, pero tampoco existía animadversión entre los dos y sabía que el marshal haría lo necesario para garantizar que Sanders tuviese un juicio justo.

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