sábado, 28 de marzo de 2015

Capítulo 4

Mientras me replanteaba si había hecho bien en aceptar defender a Chris en el juicio sin haber pisado una sala de juzgado en mi vida, recordé el encadenamiento de hechos por el cual se había convertido en mi mejor amigo.

Yo había estudiado leyes en la primera institución de enseñanza superior fundada en Estados Unidos, la actual Universidad de Harvard en Cambridge (Massachussets), y se esperaba de mí que al finalizar mis estudios me incorporara al despacho familiar, uno de los más prestigiosos de Boston, que llevaba el nombre de mi padre como socio principal y que defendía los intereses económicos y financieros de las más importantes compañías de la ciudad y de algunas de Nueva York, Filadelfia y Chicago.

La alta posición social de mi familia provenía de la época de los considerados como fundadores de nuestro país, que arribaron a Nueva Inglaterra el 9 de noviembre de 1620 en el Mayflower. 

Ni el Mayflower fue el primer barco inglés que llegó al Nuevo Mundo ni sus colonos fueron los primeros en fundar un asentamiento en tierras americanas. De hecho, su pretensión era arribar a la Bahía del Río Hudson, y no a Nueva Inglaterra, que fue donde acabaron llegando y desembarcando.

La fama del viaje del Mayflower y su importancia en la Historia de los Estados Unidos se deriva en que fue el primer asentamiento que decidió dotarse de un sistema político de gobierno y plasmarlo en una declaración, la conocida como “Mayflower Compact”, que se considera el primer precedente de nuestra Constitución. 

Pues bien, mi antepasado John Carver no sólo era uno los pasajeros más prominentes del histórico barco, sino que tras la firma de la “Mayflower Compact” fue nombrado primer gobernador de la recién fundada colonia y fue un personaje clave en los primeros años de desarrollo de la misma y en los primeros tratos con los indios que habitaban el lugar.

Por ello, en mi familia se celebraba siempre con especial intensidad el segundo motivo de la fama del Mayflower: el Día de Acción de Gracias, que conmemora la fiesta con la que los pasajeros del Mayflower dieron gracias a Dios tras sobrevivir a las durísimas condiciones de su viaje y al hambre, frío y penalidades sufridas en el primer año en su nuevo hogar.

Desde entonces los Carver fueron un pilar en la vida política, financiera y jurídica de Nueva Inglaterra y constituían una de las familias más prominentes de Boston.

Sin embargo, no sólo las interminables y farragosas normas mercantiles y societarias  me resultaban enormemente tediosas, sino que se me antojaba insoportable la simple perspectiva de incorporarme al despacho de mi padre, pasar el resto de mi vida como un estirado abogado mercantilista en Boston y casarme con una de las insípidamente guapas y aburridas chicas de la alta sociedad de la ciudad que sin duda mis padres ya habían seleccionado para mí.

Por el contrario, desde el principio me atrajo el estudio de las novedosas normas sobre adjudicación e inscripción de propiedades en los territorios que la colonización y el ferrocarril iban abriendo en las Grandes Llanuras y el Oeste. Me parecía un mundo fascinante, tanto desde el punto de vista jurídico, como desde la perspectiva de un joven con ganas de ver mundo y escapar de las garras de acero de una vida familiar y profesional marcada sin posibilidad de alternativa de antemano por sus padres.

Tras obtener mi licenciatura en leyes, surgió la posibilidad de incorporarme a la Oficina de Registro de Tierras de Tascosa. Mi familia reaccionó primero con incredulidad, luego con enfado y por último con desdén cuando les anuncié que había aceptado el puesto y que me marchaba al Oeste para no volver. No he vuelto a saber de ellos, salvo cuando recibí la carta de un notario de Boston que me comunicaba que mi nombre había sido eliminado de la herencia familiar.

A mi llegada a Tascosa me encontré con una enorme pila de expedientes sobre adjudicación de propiedades pendientes de tramitar. Uno de ellos enfrentaba por una cuestión de lindes a Chris Sanders y al propietario del vecino rancho Sam McCall.

Afortunadamente ni Chris ni Sam respondían al perfil de personaje violento y pendenciero que abundaba por la zona, pues de lo contrario hubieran resuelto su contencioso a tiros mucho antes de mi llegada. El principal problema era en cuál de las dos propiedades se encontraba el arroyo que recorre las proximidades de Tascosa y, por tanto, quien tendría acceso al agua necesaria para dar de beber a su ganado.

Mantuve multitud de reuniones con ambos y, aunque mi relación con Chris fue consolidándose poco a poco, mi criterio jurídico se inclinaba a dar la razón a McCall. Finalmente, convencí a éste para que permitiera al ganado de Chris el libre acceso a las aguas del arroyo, a cambio de fijar las riberas de este dentro de las lindes de su finca.

A ambos les satisfizo la solución y desde entonces cada uno vivió y trabajó en su rancho y mantenían una cordial relación de buena vecindad. También desde entonces, Chris Sanders se convirtió en mi mejor amigo en Tascosa.

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