domingo, 29 de marzo de 2015

Capítulo 5

Si alguien quería conocer los detalles de la vida de cualquier ciudadano que viviera o hubiera pasado por Tascosa sabía que tenía que dirigirse al almacén de suministros de Caleb Johnson y hablar con su mujer, Elizabeth. Los Johnson llevaban decenas de años en Tascosa y Lizzie, como la llamábamos todos, era una fuente inagotable de conocimiento sobre la vida y milagros de todos los habitantes, permanentes o pasajeros de la ciudad. Nadie sabía cómo, pero cuando un forastero llegaba a Tascosa, Lizzie se las ingeniaba para al poco tiempo conocer su procedencia y sus hazañas y aventuras anteriores.

El único problema con ella era su irritante manía de pensar que cada vez que se cruzaba con alguien era necesario mantener algún tipo de conversación; de esta forma, si te encontrabas en el almacén paseando en busca de un artículo, todas las veces que pasabas por delante de Lizzie (y solían ser unas cuantas porque el almacén era pequeño), ella te miraba, te sonreía y, como no había nada nuevo que decir, te murmuraba un ininteligible  "Mrraurmm". Por eso yo había tomado por costumbre ir al almacén a las horas en que sabía que solo se encontraría en él su marido Caleb.

Haciendo de tripas corazón, entré en el almacén de los Johnson. Aparte de Lizzie había un par de clientes, madre e hija, revisando unas telas que acababan de llegar del Este.

Pensé que no haría falta que le dijera a Lizzie el motivo de mi visita. Seguro que estaba al cabo de la calle de todo lo ocurrido y había intuido que yo iba a ayudar a mi amigo. Según me vio aparecer, me espetó:

- ¿Por quién quieres que empiece, Johnny? ¿Por Paddy Rafferty, por Jim Caldwell o por Pete Townsend?.

- Había pensado que sería más sencillo comenzar por que me hablaras de Mike Johnson.

- Humm.... - musitó Lizzie poniendo un gesto de concentración que marcó aún más las arrugas que enmarcaban sus ojos marrones, mientras se apartaba un mechón de sus grises cabellos-, tiene sentido. Es más fácil comenzar por Mike para luego comprobar si su vida se cruzó en algún momento con la de alguno de los otros.

- Quiero darte las gracias por tu colaboración, Lizzie- comenté con la mejor de mis sonrisas.

- No me seas zalamero, Johnny- gruñó. - No lo hago por ti, sino por Chris. Es un buen tipo y no creo que sea capaz de matar a nadie. Tenemos que demostrar su inocencia.

- Lo haremos -aseguré-. El propio Chris está ya trabajando en la parte relativa a recordar sus movimientos al detalle para verificar si la muerte de Johnson se produjo después de su salida de la ciudad.

- Me parece buena idea -señaló Lizzie, mientras sonreía y lanzaba un "mrraurmm" a la madre y la hija que pasaron por delante de nosotros para mirar otras telas-. Si quieres, yo haré lo mismo con mis informaciones sobre cada uno de los cuatro implicados y pediré que me ayude a la gente del pueblo. Te lo iré comentando.

- Genial, Lizzie. Muchas gracias.

- De nada. Estoy segura que entre esto y tu vista de lince acabaremos descubriendo rápidamente al verdadero culpable - comentó, conteniendo con dificultad una carcajada.

- Muy ingeniosa, Lizzie- comenté mientras me quitaba para limpiarlas las gafas de cristal grueso que trataban de poner remedio a una galopante miopía. “Parece que últimamente la gente está cogiendo la manía de meterse con mi físico”, pensé.

      *          *          *          *          *          *         *

Al día siguiente, el brillante sol con el que amaneció la ciudad se vio pronto ensombrecido cuando entré en la oficina del marshal.

Había decidido hablar con Walsh para que me pusiera al día en mis oxidados conocimientos sobre los trámites de un proceso penal por asesinato en el condado de Oldham.

Sin embargo, cuando llegué a la cárcel, Walsh no estaba solo, sino que se encontraba acompañado de un individuo cuyo aspecto me resultó desagradable desde el primer momento.

- ¡Ah! señor Carver- exclamó el marshal al verme- Precisamente iba a mandar a alguien en su búaqueda. 

El tratamiento de usted con el que se dirigió a mí Walsh me gustó tan poco como el aspecto de su invitado. Y sus siguientes palabras agravaron aún más las malas sensaciones que venía percibiendo esa mañana.

- Le presento a Charles Porter. El señor Porter es miembro de la Agencia Pinkerton y se encuentra aquí en relación con la muerte de Mike Johnson. Señor Porter, le presento al señor Carver, que se encargará de la defensa de Chris Sanders en el juicio.

Observé más despacio al mencionado Porter. Era bajo, ancho de espaldas, con el pelo muy corto y de color plateado, y con unos poblados bigotes también plateados. La mirada de sus ojos pardos era fría y pareció traspasarme al mirarme mientras se ponía en pie y me daba un duro, seco y corto apretón de manos. 

- El señor Porter se encuentra aquí para colaborar con la acusación en el caso de asesinato contra Sanders- concluyó el marshal la presentación.

- Dígame, señor Porter -dije soltando su mano-, ¿sus motivos para intervenir en este asunto son personales o tienen que ver con su condición de miembro de la Agencia Pinkerton?.

- Mike Johnson fue compañero mío en la Agencia. Yo hubiera venido en todo caso a título personal para asegurarme que su asesino recibe la justicia que se merece, pero la Agencia me ha encargado que me persone aquí para dar todo mi apoyo a la investigación de la acusación y pienso dedicar todas mis energías para asegurarme de que su cliente ...

- Mi amigo- interrumpí.

Porter hizo una pausa y me miró intensamente: 

- Peor para usted. Para asegurarme que su ... amigo... termina colgando de una soga. Un Pinkerton siempre es un Pinkerton aunque deje de trabajar con nosotros, y la Agencia nunca abandona a uno de sus miembros ni deja impune su asesinato.

Mientras decía estas palabras, Porter se había ido acercando a mí y al terminar de hablar apenas nos separaban unos centímetros de distancia. 

Me disponía a obsequiar a Porter con una respuesta adecuada a sus palabras cuando Walsh se interpuso entre nosotros y dirigiéndose a ambos nos ordenó perentoriamente sentarnos. Durante un momento, Porter y yo nos sostuvimos la mirada a escasos centímetros, pero la decidida actitud del marshal hizo que finalmente ambos le obedeciéramos.

- Miren, señores- señaló el marshal- no voy a interponerme en el trabajo de ninguno de ustedes, pero tampoco voy a tolerar trifulcas en mi jurisdicción. Bastante alterados están los ánimos como para permitir enfrentamientos de este tipo. Así que les advierto a ambos: hagan lo que tengan que hacer en defensa de sus respectivos intereses en el juicio, pero manténgase alejados el uno del otro y no causen ningún problema en la ciudad. El primero que incumpla estas normas se pasará unas cuantas noches en la cárcel. 

Porter y yo asentimos en silencio, y nos disponíamos a levantarnos y a marcharnos cuando Walsh nos indicó con un gesto que no había terminado y que siguiéramos sentados.

- Otra cosa: no tengo la más mínima intención de que nadie pueda poner en duda la neutralidad de la oficina del marshal en este asunto. Así que, a partir de este momento, no me veré a solas con ninguno de ustedes dos. Concertaremos una reunión diaria aquí a las cinco de la tarde, en las que pondré a ambos al día de las investigaciones que vayamos haciendo y de los avances en las mismas. Si alguno de ustedes quiere verme fuera de esa reunión diaria, me lo pedirá previamente y les convocaré a los dos, bien aquí bien en cualquier sitio donde haya suficientes testigos para demostrar que no doy un trato de favor a ninguna de las partes. ¿Entendido?.

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