martes, 31 de marzo de 2015

Capítulo 7

A la hora de comer me acerqué a hacer una visita a Chris.

- ¿Cómo te tratan?- Le pregunté- ¿Necesitas algo?

- No, gracias-contestó-. Moss es un buen chico, y la comida de la señora Shanahan es estupenda.

Le conté a Chris las nuevas implicaciones que la entrada en escena del agente Porter podrían suponer en su caso, nada positivas para él. Se lo tomó mejor de lo que yo pensaba y no mostró sorpresa al conocer la pasada vinculación de Johnson con los Pinkerton.

- ¿Cómo vas con la reconstrucción de lo ocurrido el día de la partida?

- Bien, creo que tengo claro todo lo que pasó y lo podemos comentar cuando quieras.

- De acuerdo. Mañana traeré mi libreta y tomaré apuntes para que no se nos pase ningún detalle.

-Estupendo- Asintió-. ¿Qué vas a hacer ahora?- me preguntó cambiando de tema-.

- Tengo que escribir una carta a un viejo amigo que quizás nos pueda ayudar para rastrear el pasado de Paddy. Además, dentro de un rato el Sr. Porter y yo tendremos nuestra primera reunión con el marshal Walsh y hay varias cuestiones que le quiero preguntar.

En ese momento nos interrumpió la entrada de Joe Moss, a quien seguía una mujer de unos treinta años, con el cabello castaño, menuda y delgada, con unos asustados ojos marrones. Me sonaba vagamente familiar.

- Sanders, tienes visita- dijo Moss.

- Señora Harrison- dijo Chris-. No esperaba verla por aquí.- A continuación, volviéndose hacia mi, comentó: - Le presento a mi amigo John Carver.

La señora Harrison estrechó breve y blandamente su diminuta mano con la mía.

- Me gustaría hablar a solas con usted, Sr Sanders.

- Puede usted hacerlo delante de John. Como consecuencia de esta absurda acusación, no sólo es mi amigo, sino que ahora también es mi abogado de cara al juicio.

- Bien,- asintió ella-. Precisamente quería hablarle del juicio y de la influencia que puede tener en nuestro acuerdo.

- ¿Acuerdo?- pregunté yo extrañado.

Chris me aclaró: “La señora es la viuda de Max Harrison, no sé si recuerdas a Max”. Harrison era un pequeño ranchero que tenía una propiedad ya perteneciente al vecino condado de Hartley que limitaba al norte con la de Chris; había fallecido hace unos meses de unas extrañas fiebres.

- Desde que mi marido murió no hay nada que me ate a esta tierra- señaló la Sra. Harrison-. No tenemos hijos, yo no sirvo para llevar un rancho y, francamente, no me seduce la idea de vivir en una casa y unas tierras que me recuerdan continuamente a mi difunto esposo. Su amigo Sanders se ofreció a comprarme el rancho.

Entendía los motivos de la viuda para vender su propiedad, pero no comprendí qué es lo que había llevado a Chris a interesarse por unas tierras no especialmente atractivas y cuya extensión tampoco le convertiría en un importante hacendado de la zona.

Chris, consciente de lo difícil que para mí resultaba comprender lo que acababa de escuchar, me explicó:

- Max Harrison y yo no éramos muy amigos, pero siempre tuvimos una buena relación de vecindad. Más de una vez nuestros caminos se cruzaban y siempre nos parábamos a charlar un rato. Max estaba convencido de que en sus tierras había algún acuífero y que debidamente exploradas por alguien experto sería posible construir un pozo en su propiedad. 

- ¿Y? 

- Mi relación con McCall es buena y en todo momento ha respetado el acuerdo que nos propusiste para acceder a su agua, pero siempre he deseado tener mi propia fuente de agua y no depender de la de mi vecino. Por eso, cuando Max falleció...

Sanders hizo una pausa y miró a la Sra. Harrison a quien la mención de la muerte de su esposo pareció afectar, ya que sus mejillas palidecieron visiblemente y su mirada se perdió durante unos segundos. Finalmente lanzó un largo suspiro, tragó saliva y se repuso. Miró a Chris y asintió casi imperceptiblemente para que continuara.

- Yo sabía que la Sra. Harrison quería vender su rancho, pero no estaba totalmente decidido y me constaba que había más gente interesada, así que finalmente le propuse que me otorgara una opción de compra sobre el rancho durante un plazo de cuatro meses. Durante ese tiempo, yo haría los números y las investigaciones necesarias y sopesaría todos los pros y los contras de la operación.

- Finalmente- concluyó Chris- le haría saber mi decisión: o bien adquiriría su rancho o renunciaría a la opción, por lo que ella quedaría liberada de cualquier compromiso frente a mí y podría vender el rancho a cualquier otro comprador interesado.

- El Sr. Sanders y nosotros siempre fuimos buenos vecinos- retomó el relato la Sra. Harrison- y en todo caso, yo sabía que me llevaría cierto tiempo terminar con todo el papeleo ocasionado por la muerte de Max, así que su oferta me pareció razonable, firmamos el documento y lo llevamos a la oficina de registro de tierras del condado de Hartley. De eso hace quince días.

Ahora entendía perfectamente la preocupación de la viuda Harrison. Chris se iba a someter a un juicio por asesinato, cuyo resultado, si era negativo iba a hacer imposible que pudiese hacer frente a la opción de compra. Además, aun en el caso de salir absuelto, muy probablemente tuviese que cambiar de aires, pues sobre el nombre de Chris Sanders se proyectaría una sombra que imposibilitara que siguiera viviendo tranquilamente en Tascosa o sus alrededores. Pasara lo que pasara, Chris no iba a comprar el rancho.

Entretanto, la viuda Harrison se vería ligada durante varios meses a una vida y a un rancho cuyo único deseo era abandonar cuanto antes, por lo que su preocupación era más que comprensible.

 -John- me dijo Chris- ¿puedes preparar un documento por el cual renuncio a mi opción de compra sobre el rancho de la Sra. Harrison y que queda liberada de cualquier compromiso frente a mí para poder vender su propiedad?... En fin, entiendes a lo que me refiero, tú seguro que sabes cómo tiene que redactarlo.

- Por supuesto- contesté-. Sra. Harrison, pásese mañana por la mañana por mi oficina y podrá retirar el documento ya firmado por Chris. Si quiere, incluso puedo hablar con el encargado del registro de su condado, para enviarle yo mismo la documentación y agilizar los trámites.

La expresión de la Sra. Harrison cambió de repente y la sonrisa de alivio que se dibujó en sus facciones hizo que durante un momento incluso pareciese una mujer atractiva: “Muchas gracias, Sr. Sanders. Quiero que sepa que no creo que usted cometiera el crimen. Me parece que le conozco lo suficiente para saber que es incapaz de matar a nadie, y menos de la forma en la que dicen que fue asesinado el Sr. Johnson.”


“Ojalá los que decidirán al respecto opinaran lo mismo”, pensé para mí mientras le daba la mano y concertaba una cita con ella para la mañana siguiente. 

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